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María Tudor de Inglaterra |
En 1516 en
una Inglaterra católica romana nace María Tudor, única hija sobreviviente del
rey Enrique VIII y Catalina de Aragón, su primera esposa, quien la crió como
ferviente católica. Enrique VIII deseaba un heredero varón, pero Catalina no se
lo dio. Como el Papa no quiso anular el matrimonio, el rey obró por su cuenta,
y su acción preparó el terreno para la Reforma protestante en Inglaterra. Se casó con
Ana Bolena en 1533, cuatro meses antes de que el arzobispo de Canterbury,
Thomas Cranmer, anulara su primer matrimonio.
Al año
siguiente, Enrique VIII cortó, desafiante, todos los lazos que le unían a Roma
y fue declarado cabeza suprema de la
Iglesia de Inglaterra. María Tudor, considerada entonces
ilegítima, nunca volvió a ver a su madre, pues a Catalina la obligaron a vivir
confinada los últimos años de su vida.
Durante los
siguientes trece años se dio muerte a algunas personas que no reconocieron a
Enrique VIII como cabeza de la
Iglesia o que aún aceptaban la autoridad papal. Enrique murió
en 1547, y le sucedió su único hijo varón legitimo, Eduardo VI, de solo 9 años
de edad, que le había dado a luz la tercera de sus seis esposas. Eduardo VI y
sus consejeros intentaron hacer de Inglaterra un país protestante. Se persiguió
a los católicos romanos por practicar su religión, y se despojaron las iglesias
de imágenes y altares.
Se levantaron
al poco tiempo las restricciones que pesaban sobre la lectura de la Biblia en inglés, y se
dispuso que los servicios religiosos en los que se leían las Escrituras que
debían oficiarse solo en inglés, no en latín. Pero en 1553, Eduardo VI murió de
tuberculosis cuando solo tenía 15 años. Entonces María Tudor, a quien se la
consideraba una legitima sucesora, se convirtió en reina de Inglaterra.
Al principio,
la nueva soberana, de 37 años, fue acogida con entusiasmo por el pueblo, pero
no tardó mucho en perder su popularidad. Sus súbditos se habían acostumbrado al
protestantismo, y ella estaba resuelta a que su reino volviera a ser católico
romano. Ya que cuando se convirtió en reina, María Tudor dijo que se casaría
con su primo Felipe II, heredero del trono español. Un rey extranjero y un
ferviente católico romano, lo último que deseaban muchos ingleses. El
levantamiento protestante organizado en contra del matrimonio fracasó, y 100
rebeldes fueron ejecutados. Felipe II y María Tudor se desposaron el 25 de
julio de 1554, aunque a Felipe II nunca se le coronó. La reina no tuvo hijos,
lo que la afligió mucho, pues deseaba un heredero católico romano para su reino.
Durante su
reinado se derogaron todas las leyes religiosas de Eduardo VI, y María Tudor
pidió perdón al Papa en nombre de la nación. Inglaterra era nuevamente católica
romana.
La
reconciliación con Roma dio lugar a una nueva ola de persecución contra los
protestantes. Se les comparaba a un forúnculo maligno que debía extirparse para
que no afectara a todo el cuerpo. A muchos de los que no quisieron aceptar las
enseñanzas de la Iglesia Católica
Romana se les quemó vivos en la hoguera.
La primera
victima mortal que se tiene registro del reinado de María Tudor fue John
Rogers, compilador de la llamada Matthew`s Bible, que constituyó la base de la Versión del Rey Jacobo.
Tras pronunciar un sermón contra la Iglesia
Católica Romana, en el que prevenía contra el papismo
pestilente, la idolatría y la superstición, se le encarceló durante un año y en
febrero de 1555 se le quemó en la hoguera por herejía.
John Hooper,
obispo de Glonucester y Worcester, también fue catalogado de hereje. Manifestó
que era lícito que el clero se casara y que era permisible divorciarse por
adulterio. Negó, además, que Cristo estuviera físicamente en la misa. A John
Hooper lo quemaron vivo; su horrible agonía duró casi tres curtos de hora.
Cuando le llegó el turno de morir en la hoguera al predicador protestante Hugh
Latimer, de 70 años de edad, animó a Nicholas Ridley, también reformador y
compañero suyo en el suplicio, con las siguientes palabras:
“Tened valor,
señor Ridley, y portaos varonilmente. Hoy, por la gracia de Dios, encenderemos
en Inglaterra una llama tan ardiente que, confío, nunca será apagada.”
Se condenó
asimismo por herejía a Thomas Cranmer, primer arzobispo protestante de
Canterbury durante los reinados de Enrique VIII y Eduardo VI. Aunque había
abjurado de sus creencias protestantes en último momento cambió públicamente de
postura, acusó al Papa de ser enemigo de Cristo y metió la mano derecha en las
llamas para que fuera lo primero en quemarse, pues con ella había firmado sus
retractaciones.
Si bien hubo
al menos 800 protestantes acaudalados que huyeron al extranjero,
durante los siguientes tres años y nueve meses hasta la muerte de la reina María
Tudor. Por lo menos 277 personas murieron en Inglaterra quemadas en la hoguera.
Muchas víctimas fueron gente común que no sabía a ciencia cierta qué creer. Los
jóvenes se habían criado oyendo que se acusaba al Papa, y ahora eran castigados
por hablar en su contra. Otros habían aprendido a leer la Biblia por su cuenta y se
habían formado sus propias opiniones religiosas.
A mucha gente
la horrorizó la lenta y terrible muerte en la hoguera de hombres, mujeres y
niños. Según los datos históricos era muy frecuente que la leña con que se
alimentaba el fuego estuviera verde o que los juncos estuvieran demasiado
húmedos para arder rápidamente. Las bolsas de pólvora que estaban atadas a las
victimas para acortar su agonía no explotaban, de modo que se podía oír sus
gritos y oraciones, muchas veces hasta el mismo momento de su muerte.
Cada vez más
personas empezaban a dudar de una religión que tenía que quemar a la gente para
imponer sus enseñanzas. Una oleada de compasión por las victimas fomentó una composición
de baladas sobre los mártires protestantes. John Foxe comenzó a recopilar su
Book of Martyrs, que entre los reformadores protestantes iba a gozar de casi
tanto prestigio como la mismísima Biblia. Muchos que eran católicos romanos en
los inicios del reinado de María Tudor se hicieron protestantes cuando este
llegaba a su fin.
La salud de
María Tudor se deterioró, falleció a los 42 años de edad tras un corto reinado
de tan solo cinco años. Fue a la tumba amargada. Su esposo se había cansado de
ella, y la mayoría de sus súbditos la odiaban. Cuando murió, muchos londinenses
celebraron fiestas en las calles. En lugar de restablecer el catolicismo
romano, lo que consiguió con su fanatismo fue fomentar la causa protestante. Su
legado se resume bajo el nombre por el que se la conoció como “María la Sanguinaria”.
Pero a pesar
de todo también los protestantes fueron igual de intolerantes. Cuando se estuvo
bajo el reinado de Enrique VIII y de Eduardo VI, también se quemaba a la gente
por sus creencias religiosas. Incluso la sucesora de Maria Tudor, la reina protestante
Isabel I, decretó que la práctica del catolicismo romano se considerase delito
de traición, y durante su reinado se ejecutó a más de 180 católicos romanos
ingleses. Durante el siguiente siglo murieron por causa de sus opiniones
religiosas cientos de personas más.