La historia de K. Ikskul publicado por el Arzobispo Nikon en las “Hojas de la Trinidad ” en 1916, bajo
el título Improbable para muchos pero acontecimiento real, se incluyen ambos
mundos: el cercano y el lejano.
K. Ikskul era
un típico joven intelectual de la
Rusia pre-revolucionaria. Fue bautizado en su infancia y
creció en un medio ortodoxo. Pero como era costumbre entonces entre los
intelectuales, consideraba a la religión con indiferencia. A veces concurría a
la iglesia, remarcaba las fiestas de Navidad y Pascua y hasta comulgaba una vez
al año, pero muchas cosas en la religión ortodoxa las consideraba como
anticuadas supersticiones, entre ellas sus enseñanzas sobre la vida después de
la muerte.
Una vez
enfermó de neumonía. Estuvo mucho tiempo enfermo, empeoró y fue internado en un
hospital. No creía que se acercaba la muerte, esperaba sanar y seguir con sus
ocupaciones habituales. Una mañana, de repente se sintió completamente bien, la
tos cesó y la fiebre bajó hasta lo normal. Pensó que por fin mejoraba. Pero
para su asombro, los médicos se inquietaron y trajeron oxígeno. K. Ikskul sintió
escalofríos y una total indiferencia hacia todo lo que le rodeaba. Él relato:
"Toda mi atención se centró en mí mismo y,
como en un desdoblamiento, apareció un hombre interno (principal) que sentía
una total indiferencia hacia el externo (el cuerpo) y hacia todo que pasaba con
él… Era sorprendente ver y oír todo y al mismo tiempo sentirse ajeno a todo. El
médico me pregunta, yo escucho, entiendo, pero no contesto; no tengo porqué
hablar con él… De repente me sentí arrastrado con terrible fuerza hacia abajo,
hacia la tierra. Me agité. ´Agonía` dijo el médico. Yo entendía todo, no me
asusté. Recordé que leí que la muerte es dolorosa, pero no sentía dolor. Pero
sentía pesadez. Me sentía atraído hacia abajo, sentía que algo debe separarse…
Hice un esfuerzo para liberarme y de repente me sentí liviano y en paz”
Lo que siguió lo recordaba K. Ikskul
perfectamente:
“Estoy parado
en el medio del cuarto. A mi derecha, en semicírculo, estaban parados los
médicos y las enfermeras rodeando la cama. Me extrañé: ¿qué hacen allí si yo
estoy aquí? Me acerqué para ver. Sobre la cama estaba acostado yo. Viendo a mi
doble, no me asusté; sólo me extrañé. ¿Cómo es posible? Quise tocarme, mi mano
pasó a través como en el vacío y tampoco pude tocar a los otros. No sentía el
piso. Llamé al médico pero él no reaccionó. Entendí que estaba completamente
solo y sentí pánico. Miré a mi cuerpo y pensé: ¿habré muerto? Pero esto era
difícil de imaginar; yo estaba más vivo que antes, sentía y comprendía todo...
Después de un tiempo los médicos se fueron del cuarto. Dos paramédicos hablaban
de las peripecias de mi enfermedad y muerte, la enfermera se dirigió al icono,
se persignó, y en voz alta pronunció para mí el habitual deseo: "Que tenga
el Reino de los Cielos y la paz eterna." Apenas dijo ella estas palabras,
a mi lado aparecieron dos Ángeles. En uno reconocí a mi Ángel de la guarda, al
otro no lo conocía. Tomándome de las manos, ellos me llevaron a la calle,
directamente a través de la pared. Anochecía, nevaba de una manera muy calma.
Yo lo veía pero no percibía el frío ni el cambio de temperatura. Comenzamos a
subir rápidamente"
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